martes, 15 de noviembre de 2016

El Sr. Casas


Como si fuera un lebrel de su espacio, el Señor Casas, vivía como duro pezón, como estatua que nunca se mira acorralada en su hieratismo. Un cerrado huerto de paredes pintadas en blanco donde se derriten algunos retratos de familiares y amigos, y esa sombra ausente de los insectos, lo colman. Ni rencor ni silencio se perciben en sus hábitos. De noche, como agua nocturna, limpia los malos pensamientos de la huída para recuperar esa armonía de su orquestada vida. Es un paseante de interiores, un angélico de sus propias nubes. Fortalecido desde pequeño por unos padres que le dieron su agonía como llama, él, dulcemente se dejó llevar por sus inclinaciones y nunca levantó la voz con queja alguna. Se casó sin aspavientos para enviudar con esta tranquilidad luminosa de la aceptación. Desde entonces viste de blanco y los ceniceros se vaciaron. Ahora sólo habita el espacio de su propio nombre. Mastica un estilo austero y en su mesa se exhibe el buen pan y el tazón caliente con la sopa de verduras.

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