Ávida de letras, su epicentro estaba en el índice de la mano derecha. Su deseo incontenible no menguaba a pesar de que su búsqueda no tuviera éxito; por eso las ediciones agotadas eran su platillo más suculento, porque, para esas manos, la lectura es apetito. Incontenible y contradictorio apetito porque la gordura de su historia contrastaba con sus afilados dedos.
Un día, que se puede buscar en el almanaque de 1998, tenía un blanco de alegrías. Había encontrado el libro de hojas más finas y letras capitulares romanas mejor ornamentadas de que se tuviera memoria. Su amor se hizo visible. Todas las criaturas dormidas entre su palma salieron desbocadas. Una maraña sin sentido se anidó en sus uñas. Se disecaron las palabras y los signos ortográficos huyeron a los manuales de auto ayuda. Como llaga encendida las paginas vecinas arrancaban sus oraciones de raíz. Llegaban gritos afilados de los lomos de los libreros de jurisprudencia. En largas filas, los libros infantiles se refugiaban en ese eclipse oscuro de los libros para adultos. Por una hendidura, embriagados, los libros ilustrados sacaban sus paraguas de papel para defenderse de las tarascadas de los cocodrilos. Fue una noche de gemido y de insomnio semántico.
A la mañana siguiente, se pueden ver en el aparador, el colgante inerte cuerpo blanco de unas manos lectoras.
Fotografía: Montra (aparador) de la Livreria Poetría, Rua das Oliveiras 70, Porto, Portugal