De la provincia, desarmados, con sus cuerpos de espanto y
sus coronados pensamientos colgados del cielo, caminaban por la avenida, como
quitados de la pena. Todos amarillos, con sus vestimentas en negro y con algunos
iracundos recuerdos de vida saliéndose del bolsillo de la camisa. Caminaban.
-¡Buenos días! decían a coro cuando pasaban junto a otros
viandantes.
No recibían
réplica, todos iban en lo suyo. En su cabeza cada uno se fabricaba un día.
- Te dije que las ciudades son frías – reclamaba el que
vestía un poncho con grecas rojas.
- Son frías por tantos secretos que guardan y el más
grande esta hecho de miedo- fue el
veredicto del que tenía la cara ancha.
Rondaban. Abrían
los ojos como queriendo apresar cada imagen. De donde venían, quedaban sólo
grandes extensiones de tierra torcida. Abandonada por el agua, los insectos
reposaban marchitos en las casas vacías.
Fragmentados salieron. Tal vez nunca podrán unirse esos fragmentos,
por eso dan vuelta sobre vuelta por las mismas calles como si escribieran un
dictado mortal.
- Estas calles me taladran los ojos
- Mis huesos siguen unidos al encuentro.
Las huellas que dejaron a su paso son anónimas. Ninguna palabra
los recuerda. La entrada y la salida no van
a ninguna parte. No te asombres si un torrente de sordera queda como rama seca en las calles que camines.
Sergio Astorga Acuarela/papel 20 x 30 cm.