Al Señor Jean, se le llenó el rostro de color. Fue un proceso lento, casi espiritual. Su esposa comenzó a notar una coloración en el párpado del ojo izquierdo que se fue expandiendo al resto de su rostro. No se alarmó, no era la primera vez que esta transformación tomaba posesión del territorio gestual del Señor Jean. Al inicio del otoño comenzaba este performance y por navidades volvía la normalidad. Al Señor Jean, le gustaba sentirse transformado y la súbita atención que su esposa le brindaba. Ella, una sensibilidad refinada, fascinada con el cambio, consultaba la Historia de los Estilos, para intentar comprender cuáles eran los principios esenciales y comportarse con la vitalidad propia que demandaba la estética.
Durante tres meses, una Divina Proporción se pavoneaba por esa casa, que se exhibía alegremente a los vecinos. Ellos, indiferentes, sabían de lo efímero de lo imperceptible. Eran vecinos sensibles, hipotéticos, esos que no se consiguen en las inmobiliarias.
Al llegar las navidades, al Señor Jean, se le veía llorar silenciosamente, vagante, inconsolable. La lluvia era débil y el perfil de las calles se acumulaban en demasiadas líneas.
Su esposa lo acompaña. Abochornada.