Solitario como el árbol que se come sus raíces. Fue perforado por la luz rota de la conquista. Para él el pensamiento fue su flor. Una semilla que estalló en su carne y nunca encontró labios que las dijeran. Las palabras de sequía. Así pasó su vida frotando sus radios y sus húmeros hasta que la chispa encendió el bosque. Él, como el bello dormido, nos llama por la noche para cantar al moribundo viviente del nosotros. Su garganta azabache llegó de las islas Azores. Remota lucha la suya. El aire roto lo espera. A pesar de la noche desierta, él sigue entre nosotros bañándose entre ramas de pirul y menta.
En la procesión del pueblo todavía se siente el humo de fusilamiento. El sol todavía engendra el reconocimiento de los rostros; el nombre de la noche en el gran árbol viviente de los siglos. Él, danza cara a cara y en el cruce de caminos la caricia del origen tendrá su nombre.