jueves, 21 de noviembre de 2013

Lenguas de luz


Caminábamos por el quiebre de la noche, ahí donde después de cenar, los alegrísimos comentarios crecían como flores. En sentido contrario, caminaban las parejas de jóvenes salidas de un concierto.   Mirábamos ese sabor de amores por venir y futuros despechos de talco con cierta cólera y nostalgia. Seguimos nuestro camino.  Al doblar la esquina de la Rua Bojador rumbo a la Alameda dos Océanos reparamos en las torres del centro comercial Vasco de Gama; de sus penachos, les crecían lenguas de luz. El alba era todavía lejana así que no eran las criaturas de la mañana las responsables de tal fenómeno.  Nosotros, como visiones lunares, desenterramos en nuestros oídos mentales los ladridos de los perros para no sentirnos solos. Los edificios como calaveras mexicanas exhalaban su último aliento en forma de luz. ¡Ay Lisboa, cuánta noche se bebe su propio vino blanco! La sangre busca su puerto y sale de su sombra esa gana de irse. Hasta los edificios lo saben. Aquí no hay azoteas y una nube de tabaco remonta con desasosiego el mástil de la noche oscura. El salitre detiene las barcas en los predios. Por las rendijas de las ventanas salen los antiguos marineros ahogados en su ajustado betún. Erizadas, las luces se disfrazaban de rutilante color naranja y sus barbas luminosas ascendían. Ascendían como pulpos y nosotros echamos raíces. Barrimos el cielo y como un cementerio de otra hora nos llegaban los murmullos de los barcos invisibles.

Cruzamos la calle, llegamos al hotel en la Rua do Mar Vermelho. Entramos al elevador con la luz clavada como aguja y con el deseo de dormir plácidamente como un río.

Sergio Astorga Fotografía edificio centro comercial Vasco de Gama, Lisboa