En frente de ellos estaban. Habían pasado el día buscando ese resplandor opaco del adobe, ese arrullo de tierra hecha a mano que perturbaba el cielo azul. Debajo de esa mañana sólo se veían las manchas voladoras de los cuervos y ese palpitar de sus pupilas por encontrar su casa. Sudaban mucho, sofocados de tanto andar, oían su pecho exaltado por la duda. El camino raso con pequeños y enmarañados huizaches los confundía, horas y horas sudando con los ojos engarrotados, sin ánimo de hablar. La rabia comenzaba a subírseles a la cabeza, cuando muy a lo lejos divisaron los rojos chiles colgados de una puerta, parecían un puñado de pájaros muertos. “Estamos perdidos” pensaron al unísono como dos chirimías huecas. Pero no, ahí estaban esos rojos chiles anunciando que ya estaban cerca, que sólo era seguir esa empinada calle. No había gente, sólo se veían sus camionetas estacionadas y cómo preguntar si no se acordaban del nombre de la calle, tenían que seguir caminando.
- ¿Estás seguro que es Santa Fe?
- Segurísimo. Aquí en el mapa lo dice.
- Tú y tus ideas de explorar los alrededores.
- Segurísimo. Aquí en el mapa lo dice.
- Tú y tus ideas de explorar los alrededores.
Con el suspiro del desánimo llegaron al final de la calle, hacía frio, el aire picoteaba helado sobre sus caras sudorosas. Al frente, sólo mas casas amarillas alborotadas unas contra otras, sin ángulos, con la paciencia de la curva formando su cuerpo rechoncho, chaparrito, sin prisa por ocupar su sitio.
- Ahí están.
- ¿La casa? ¿Ves la casa?
- Las torres de la Catedral de San Francisco. Creo que la casa está en la calle de atrás.
- ¿Estás seguro?… Andando.
- ¿La casa? ¿Ves la casa?
- Las torres de la Catedral de San Francisco. Creo que la casa está en la calle de atrás.
- ¿Estás seguro?… Andando.
La mañana ya quebrada por el medio día, se perdía por los montes. Los ocres iban ganando terreno y los adoquines proyectaban sombras sepias y anaranjadas. Cruzaron desbordados el peso café de la sombra de las torres. Nada. No reconocían su casa. Casas amarillas alineadas, anónimas, mudas. Una y otra vez recorrieron la calle hasta que una luz parda les avisó que un reguero de tarde los consumía.
- Estamos perdidos.
- ¿Qué hacemos?
- Sigamos buscando.
- ¿Qué hacemos?
- Sigamos buscando.
Sergio Astorga
Acuarela/papel 20 x 30 cm.