Crecieron en la noche pálida de sombra. Un arillo de carne le fue prosperando, caudal, consanguíneo como un eco de varias vidas tras de sí. Tenía dieciséis años, sus impulsos vírgenes y ese fría prisa húmeda del deseo.
No pudimos mentir, fue amargo saber que la piedad no concuerda con el bien estar, la realidad, brutal para nosotros, no hizo mella en su carácter y en vez de ello, buscó sacar partido de su estado. Se autonombró “ el escorpión del alba”.
Se tatuó, por el insomnio, los brazos con la imagen de una puya. Logró un feroz cinismo, puro y gris. Por eso la gente lo contrata para que clave su aguijón a sus enemigos.
Él sabe que tiene los días contados, que el miedo que provoca no es eterno y que la rabia le reventará las vísceras. De nada le sirve blindarse el corazón con palabras blandas.