El espíritu redondo y sin espinas salió entre lechugas y coles a protestar, con ajos y cebollas, la manera grosera con que la pimienta y la sal expandieron sus sabores. Quedamos atónitos. La sopa transcurrió sin contratiempos, un poco fría para nuestro gusto, pero sólo eso, nada amorosa, frialdad burocrática. Cuando se sirvió la ensalada, como un puñetazo en la mesa, apareció, radical, una verdura de estirpe dudosa, Pasaba entre los platos y tenedores, firme el paso y exhalando un picante olor desconocido.
Nos dio un poco de pena verlo tan entregado y tan sincero. ¿Cómo le decimos que en esta casa mandamos comprar la comida?