Los bebedores solitarios tienen a veces un manojo de
palabras que nombran las mismas cosas con la turbulencia del desaliento o el
incendio de la revelación.
- No decapites la luz -me gritó.
- ¿Cómo?
- Que te quites, que mi día no acaba nunca. Mi cuerpo
es una cosecha de reflejos. Soy como el relámpago de la hierba. En mi ombligo
se mueve el universo y a la vez es la fosa donde expira. Yo soy la lesión
destilada de todos los hombres.
A veces los bebedores caminan las calles como si fueran
libros. Procaces, chupan ese dulce entre ácidas miradas y desgranadas risitas condueñas.
Sergio Astorga
Tinta/ papel.