El hombre de hojalata no sabe poner las manos en otras manos. Tiene el corazón en una de ellas. Anda manejando distancias sin saber llegar al fin.
Palpita con ese chirrido metálico que se deja escuchar calle a calle y que los vecinos confunden con un día de normal bullicio.
Si miras al hombre de hojalata cruzar por tu camino no pongas el punto final a su pregón, que ese tintin es de suplica, como el de todo corazón andante.