Caminante sonoro, tocaba la jarana y remendaba décimas de poetas de poco cacumen. De fandango en fandango, gracias a los baños en el río Papaloapan, tenía un son que rompía las trenzas de los luceros. En Tlacotalpan, una muchacha que en la tarima zapateaba con frenesí, lo encandiló hasta el grado de perder la métrica y la improvisación.
El sobrenombre de cosquillita se lo puso don Anselmo Blanco, patrono del sotavento y la rima consonante. Al verlo tan turulato, le dijo: “se te pegó la cosquilla, a ver cuanto te dura”.
Si lo miras no le hables de amores que a la espalda se le han pegado conchas marinas por corazones.