Nacieron de vientre de mujer. Se crearon al ojo implacable de la tradición y nunca sondearon pensamientos ajenos. Se nutrieron de revelaciones, como si fueran pedradas certeras que dejaban su cabeza dolorida. Piroso, tenía la bonachona certeza de la satisfacción; Pateta, gravitaba con nubarrones de incertidumbre. Eran como dos hemisferios, sin remordimientos, sin esas fatigas de cadera filosófica y nunca les afectó la resolana del feligrés. Ni los achaques de las tías, que todo era ultraje, hoguera depravada de llama sinfónica.
Como un mancha púrpura Pateta y Piroso, eran a su manera, criaturas vehementes.
Juventudes pasaron como campanas a rebato y hoy, Piroso y Pateta, como fronda encantada, caminan sus figura espectrales con un estribillo de timbre armonioso:
“Los días son de almendra o guanábano”