La realidad del café se aposentaba ese lunes a sus anchas. Su aroma tostado y esa acidez propia del café de altura lo hacían perder la cabeza. La rotación de su mirada, la sed de sus labios y esa interrogante cotidiana se abría paso. Nada de azúcar y sólo dos cucharaditas monosilábicas le daban la seguridad de sentirse planeta, como un sueño litigante.
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Escribir un libro es un oficio solitario como el de farero; publicarlo, una
larga paciencia como la del agricultor; promocionarlo, un intento de
explicar...
Hace 7 horas.



