domingo, 25 de octubre de 2015

Tocar


Hay entradas que no tienen talud. La salida es tensa. La entrada tiene tendencia a respirar los contornos del regreso. Entre tanto, los años hacen añicos los cristales y se pierden las llaves. 
La ventaja de tener varias puertas  nos afina nuestros rasgos interiores. La puerta empuja, juega con voces de mando y uno quiere entrar pero se duda. La misma duda de cuando se sale. La edad de una puerta se nota por su permanencia. Por eso hay que anotar todas las puertas que no abrimos para cuando regresemos intentar echar uñas o puños. 
Las puertas necesitan de un buen lector, de sueños recurrentes y fino oído para darse cuenta del más leve ruido. Alguien debe de escribir el guión, decir quien entra y quien sale. Antes de entrar deje salir nos educan, pero que pasa si nadie quiere entrar y nadie quiere salir y todos compartimos esa necesidad de sólo sostener la mirada. No tiene sentido argumentar el discurso, así como no se discute la digestión, algún día entenderemos que no se puede entrar siempre. La puerta también es una proyección. La última y nos vamos, decimos, y damos vuelta a la esquina para encontrarnos otra puerta que pensamos recordarla después. Tomamos una fotografía para sentirnos planeta y no rompernos en esa eterna duda por entrar o por salir. El cuerpo se pone rígido y entre guiones apuntamos el número y la calle. Nuestra sombra, siempre fiel, nos sigue calle arriba o calle abajo, hasta encontrar otra puerta que nos diga que podemos entrar cuando toquemos.

Fotografía: Alguna puerta en Porto, Portugal.