Tan seguras, sin altanería, las frutas sobre la mesa en la noche azul se aferran a la dulzura que proviene de su forma. Sí, su forma es esencial para su contenido, lo sabe la manzana y lo intuye la pera, por eso Matilde, pone el reloj de pared a la misma hora, para coordinar el bienestar de una buena mesa, esto es, el equilibrio del espacio con el tumulto de los sabores.
Matilde, con el cuchillo escondido entre sus ropas, sacrifica a una de ellas. Es entonces que todo se detiene. Las frutas posan, seguras, como si esperaran que el pintor que las pintara pudiera captar toda su alegría planetaria. Matilde, recuerda a Pellicer, y se llena los poros de color todas las noches a la misma hora.