Hay días que le viene como un torrente, las ganas de escribir son perentorias. Se acomoda al color de la tinta, coincide, vibra con la dicha, arremedando a los versos sueltos. Su craneo se enardece y golpea palabra por palabra. Repasa de memoria las lecturas de infancia y vuelve siempre a los mismos libros: la vida de santos en papel de biblia y grandes libros de geografía en papel duro. Era tan rápida su escritura que nunca pudo descifrarla, se contentó con la forma.
Escribía en español, eso se suponía, en realidad, por miramiento nadie osó desmentirlo.
Un día, tuvo que escribir su testamento, no tardaron en encontrar unas tablillas escritas con premura.
Su hermano menor, desesperado, se daba golpes en la frente, nunca se le ocurrió regalarle una grabadora.