Luces encendidas y la bandera del desertor se miraban oscilar en la esquina de la espera. Era el espejismo de ser tu mismo. Aquella mañana abrió la ventana. No tuvo reparo en escupir dos veces. Una razón oscura lo movía semejante al catecismo de los grandes públicos. Sin embargo, el azar era el mandamás de su vida. No, no, se decía, no seré el canta autor de mi reflejo. No deshojaré la margarita. No tengo entusiasmo. A penas tengo aliento para tomar el autobús a mi medida. Que diga: en trayecto.
Nunca le buscó bronca a la ciudad, aceptaba el ruido de las motonetas y los orines de los perros pertinaces escurriendo en las paredes. No le importaban las cosas como están. A gusto en su hoyo, con su tos y su vino. Sudaba como cualquier hijo de vecino. Sus andanzas son el truco para cerrar esta función.
Incompatibilidad de indolencias.