Antes de migrar al campanario las palomas se detienen en
el mercado a retozar con los ángulos de la fruta y la juventud de las lechugas.
Estático, el temblor de la mañana se parece a dos pezones ateridos de frío. Crecen
las pestañas y la epidermis se vuelve una certeza. No hay razones para agitar el momento
y sin prejuicio, el pecho se inflama. Las palomas, amorosas, picotean sus alas
esperando que llegue el aire del trigo para bailar con las simientes.
El territorio de la mirada no comprende la paciencia de
las palomas, por eso las palabras se adelgazan y solo queda el manojo del
instante.
Sergio Astorga fotografía en el interior del Mercado do
Bolhão, Porto. Portugal.