Quería más mundo, por eso desde su ratonera tocaba el piano. Tonos y semitonos eran el sustento cotidiano. Los condóminos, acostumbrados a los programas de éxitos del momento, montaban un espectáculo de reclamos que si no fuese porque él era dueño del edificio no sé si pudiera seguir su peculiar teoría de vivir la vida. Porque era teoría, no era una pose hostil hacia lo sociable, era una verdadera postura de pensamiento. En nuestros días eso que podría llamarse principios, ha derivado a una extenso mausoleo que se visita por errores de wikipedia. Sus principios comenzaban con el entrenamiento de la mano, la destreza y la posible pureza de movimientos que empalmaba con la experiencia de la convivencia. El segundo principio tiene que ver con el oído, todo sonido dice, es un catálogo que reproducimos desde que comenzamos a balbucir sonidos, nuestra personalidad, nos dice, deriva de la tonalidad de esos primeros encuentros sonoros. El tercer principio es la expresión, una expresión es la exposición de los dos principios anteriores en el espacio y tiempo en que se expresan. Por eso hay tanta disonancia en el mundo actual. Concluye.
No cabe duda que es un Manual Técnico, yo sé que todo manual va directo al fracaso, no se lo he dicho porque la escritura es la única manera de darle cuerpo a la expresión de una vida. Nociones que hemos olvidado.
He intentado organizar un ciclo de conferencias para que los inquilinos del edificio comprendan que los sonidos pueden modificar la representación de su mundo. El primer problema se presentó en cómo nombrar al conferencista, optamos por: “El dueño del edificio: apuntes de sonoridad” Fue un título lo más abstracto que pudimos, ya que él no quería quedar en un anecdotario que pudiese ser malinterpretado como un uso de poder soterrado.
No llegó nadie. Él, desde lo más recóndito de su ratonera está decidido a retomar sus apuntes ahora enfocado a gesticular acordes indescifrables. El edificio se va quedando vacío. La sonoridad es tal, que el vecindario comienza a inquietarse.
Estamos rodeados y lo apuro a dar un acorde definitivo.