Como buen caballero caduco, la cara se le iluminó. Sus ronquidos, célebres en los dormitorios estudiantiles, tuvieron cabales momentos previos a los exámenes. Ese día respiro calmo, recordó aquellas glorias y la vio pasar. Como si buscase algo fresco entre los dientes, se dijo, “soy algo más que un respiro”. Ella se insinuó con su mirada, aleteó y nunca pudo salir del frasco.
Sus largos ronquidos ahora se estrangulan entre los mil tarros que en los estantes tintinean por el frenético revoloteo de las polillas.