Lejos de las tentaciones, el hombre de sus sueños pasó, sin ella darse cuenta con paso urgido. Ella se metía a la ducha para no mirarse el cuerpo. Para serenarse con agua tibia y frotarse con crema la piel dominada. “Ojeras de corazón” le llamaban en la oficina. Noches de decepciones, llenando formularios, estadísticas y números que amartelan. La Márgara se amotina, se arrebata y de reojo se mira en el túnel, ese que se queda desde la adolescencia y por años se piensa que del otro lado se encuentra el sentido del desahogo. Abomina el verbo fracasar y no acredita en la dieta de la luna. Algunas reinas no tienen orquesta y no piden perdón por decir la verdad y poner al santo de cabeza. Conocí a La Márgara en abril y me contó su vida. La de noches que pasé por su puerta. Menudo destino la indiferencia.
No estoy para consejos