La huella del sol parpadea en la corriente y el arca eólica aleja de la orilla la prisa diaria. La sierra del Pilar testifica el paso del río solitario y una amarillo de Nápoles parece pintarse en el cielo imitando a Canaletto.
Hay una vaga sensación pacífica de nombrar las atmósferas con nombres de mujer. Se perfuman con la brisa los chillidos de gaviotas y la tristeza finge estar tranquila.
Caminar en la marginal del río es como libar tu propio vino y atontado por ello, soltar las amarras del oído para escuchar esas ninfas que pasan nadando en oros.
Para los tránsitos futuros, me digo, no hay como mojar la vista de mañana por el Douro, en ayuno de sombras y presagios.
Vista del Douro desde Vila Nova de Gaia, Portugal.