Aquella tarde cuando se mordió el labio, una llama le cubrió la cara. Incendiado, como una herida de alfiler no gritó, sólo sintió como la punta penetraba hasta el agua blanca del dolor. Realmente, el Señor Nico, desde aquel día, el amor se le llenó de pólvora. Certero como marino viejo, todos los días amaba, se amaba, secamente, sin selva, sin trópico, como ese frío beso recibido el día de su 25 aniversario.
Del otro lado del mundo, el Señor Nico, se sonríe cuando lea a Kafka y va nombrando los nombres que comienzan con la letra M.
La palabra sufrimiento la tiene guardada en una urna y todos los domingos de Julio, esparce un poco de su ceniza delante de su puerta, para no olvidar el día que se mordió el labio.