Todas las mañanas ejercita su capacidad de crear espacios. Al principio construía ambientes horizontales con su patio y sus macetas. Un día cansado del horizonte, comenzó a tener pensamientos altruistas. Subir, tener el aire contenido. Comenzó a construir dos torres: una hembra y otra macho. Las dos torres son amarillas, es fácil reconocer una de otra gracias al reloj que dobla sus manecillas como si fueran trompas de Falopio. La otra es esbelta, estrecha como un birote. Se acompañan. Tienen miradores, recovecos, y esa sensación de colibrí suspenso.
El Señor Torres desayuna dos huevos cocidos y miel oscura. Lleva dos meses construyendo dos torres que no porque sean mentales tienen menos cuerpo.
La afirmación: “manos a la obra” en este caso no tiene sentido. ¿O si? Ficcionistas del orbe. Aclaralo.