Esa noche esperaba con tedio la llegada del príncipe como en los viejos tiempos. Olorosa, sabía que el prodigio podía beberse
si ella deshojaba la lava que se amotinaba en su pecho.
Así, como el niño que
con bárbara ternura juega con los trenes,
ella tenía la certeza que sería la elegida entre todos los corazones forasteros.
Sin embargo, a la voz de la rutina,
miró como se fugaba su perfume entre las
dudas ajenas y los recatos virginales.
Sergio Astorga
Tinta/papel