Cuando mi tía Elodia tenía los pechos hinchados me mandaba cortar un buen manojo de manzanilla de la maceta, yo se lo cortaba como un rayo, no me gustaba verla triste, cautivada por una caliente lagrima que le escurría por su pezón.
Sus pechos me gustaban, eran como los caracoles que encontraba en el río: húmedos y asustados. Crecían como crecen los ojos por curiosidad.
“No sabes como duelen” me decía. Entonces me crecían unas ganas de ser bueno, y sin prisa, con mis manos, desgranar su dolor para curarlo.
Nunca supe ser bueno y ahora que su dormitorio está vacío, me crece un frío de cordillera largo y seco.Hoy, un color de trigo se afianza en el corredor y un vapor de tía reposa en las paredes.
Sergio Astorga
Sus pechos me gustaban, eran como los caracoles que encontraba en el río: húmedos y asustados. Crecían como crecen los ojos por curiosidad.
“No sabes como duelen” me decía. Entonces me crecían unas ganas de ser bueno, y sin prisa, con mis manos, desgranar su dolor para curarlo.
Nunca supe ser bueno y ahora que su dormitorio está vacío, me crece un frío de cordillera largo y seco.Hoy, un color de trigo se afianza en el corredor y un vapor de tía reposa en las paredes.
Sergio Astorga
Fotografía: "Fruta Prohibida" Manuel Alvarez Bravo