Así, como la insolencia de rimar bistec con Chapultepec o sentirse Tyrone Powell en horas de apremio, el señor Dante, vivió por los rumbos de la colonia Clavería, entre las calles del Cairo y Texcoco.
Memorizó todos los ríos del mundo y coleccionó miles de cromos de actores y actrices de la Época dorada de Hollywood. Sin embargo, era monótono y salobre. Llegó a la Universidad para estudiar Medicina, pero la abandonó por su afición incontrolable a los cigarrillos sin filtro y a esa dialéctica que pregona: los feos son geniales.
Insoportable, El Dante, como empezó a ser conocido, rondaba los mercados vendiendo ropa, con una caterva retórica que pronto lo llevó a ser líder del gremio de los vendedores de segunda mano.
Lo que realmente molesta, un infierno, es esa escultura en medio del parque que ayer fue inaugurada. Una insolencia de toga y de birrete.