Esta es la historia de otro gato, hermano por parte de gata del que sigue subido en la baranda desafiando cualquier palabra que lo persuada de no mirar al vacío. Este gato es distinto. Seguro de sí. Trasnochado, maullador grosero, pero de memoria ágil. Recordaba su primera vez.
Al final del corredor, de una departamento de tres habitaciones, estaba tersa y lisa, como cama tendida con sábanas limpias, la arena. Subir, fue doloroso, pero consiguió evacuar sin problemas. Acto que repetía dos o tres veces al día. El alivio que le producía no se comparaba en nada a las correrías noctámbulas.
Poco a poco dejó de salir, se pasaba todo el día observándose en en el espejo del vestidor. Pensé que estaba deprimido, así que lo llevé al veterinario sin resultados, él seguía frente al espejo día tras día.
El martes llegué temprano a casa y para mi sorpresa él no me sintió. Pensé lo peor. Me asomé al vestidor y ahí estaba gesticulando delante del espejo. Conmovido, se me ocurrió comprar un espejo y ponerlo delante de su arena. No saben lo cariñoso que esta conmigo, con decirles que estoy pensando llenar de espejos toda la casa a ver si el remedio me resulta a mi también.