Me bebo tu amor en
jarro y tus ademanes de culebra se confunden en tu cuello de gansa. El tiempo
que se moja en tu falda, lo exprimo hasta que llena la escudilla. La mugre
antigua sale en pequeñas tiras dando muecas de limpieza. Eres soberbia y desde
que te conozco, cuando corría la ceja del año de 1987, mi libertino aliento se
quedó atrapado en tu arpillera.
Quería hablarte en
verso pero en mi arbitrio gana la prosa y cada momento de mi pulso se me
adueñan otros soles. Eres desdeñosa y altiva y mi sangre queda taciturna, desquiciada
como el que muere en el muro, al son de la metralla. De tu dudoso traje sastre logré
descubrir este incurable apego a tus pechos. No te rías que es descaro. En el
frenesí, uno elige. Tiene que elegir antes de que este afán se retorne a hueso. ¿No
escuchas el tití de las esferas? Tenías
que ser mestiza de vientre y sólo te gusta el grano de maíz desgranado que cae
en su pran pran sobre el suelo.
Me atengo a los
viernes para sentirme hombre, cuando tu eléctrico mirar llene este tarro
incurable del hastío. Tus ancas esdrújulas me hechizan y me hacen sentir lo que
debe ser la eternidad cuando se piensa. Pendenciero, me cuelgo a lo largo de tu grácil
nombre de gacela. Se me frunce el deseo cuando te siento indiferente con esa
pose egipcia, andaluza o purépecha. Por eso, en el prepucio de la tarde entro
de golpe a la desolación. No me importa quedar sentado frente a tu puerta para
ver el chorro de tu desnudez salada. En este abismo de orgasmo y con el vaticinio
escrito en la frente, te confieso que es la última carta que te escribo. Pasaré
a la acción, y el tacto lascivo será histérico y transitaré al verso para ver
si así, alcanzo la cantera de tu carne y cubrir con mi cobija los envites de
tus noches.
Sergio Astorga Acuarela/papel 40 x
50 cm.