El séquito notó que la Sirena había perdido su cuidado. Como apedreada por olas furiosas su rostro salobre, quedó manchado de algas negras. Ansia y susto le dejó el alma oscura. Sus cauda temblaba y trabada en el silencio, el agua como rebaño perdido la rodeaba.
De su locura dan testimonio, los conjuros y los aceites de bacalao que los marineros untan en el escamoso cuerpo. Respetemos el terror de la que se salió del agua en un rapto de confusión y delirio.