Llueve. La calle se ata a su cuerpo, soñando la ciudad que le nace.
Su piel es dura. De asfalto. ¿Tendré que describirla?
Todos saben a lo que huele. Los nombres de cada calle pertenecen al que la habita. El humo de las alcantarillas, los rituales del ruido, del incesante ruido: su retrato. Sus huellas son un desfile interminable.
Las esquinan enloquecen cuando ven un paraguas. La calle es un fragmento de ese íntimo lugar ausente. También es la postal que deja el rastro visual de una raíz que ya olvidamos.
Llueve. Todo el tiempo.