Afables las nubes desertaban de su quietud para dejar que
la noche entrara redonda y transparente, con un azul tan profundo que parecía que
al levantar el brazo se podía tocar con
los dedos.
Lucidos, con los pantalones rotos y las agujetas desanudadas,
Serapio y Eric caminaban abrazados después de dar vueltas y vueltas por el
patio en bicicleta. Sudorosos, se subían a la vieja camioneta Pontiac, que
abandonada, en medio del patio, le crecía el oxido como a ellos la pubertad.
Sentados al volante, recorrieron vertiginosos todo tipo de caminos. - Algún día
- se prometían, tendrían el dinero para componer la Pontiac y entonces si, de
verdad no habría carretera ni ciudad que no los viera pasar. Tensos después de
fijar la vista en un solo punto, salían de la Pontiac y se subían al cofre.
Recostados uno al lado del otro en el parabrisas, buscaban en el cielo esos
puntos brillantes, signos que se congregaban y dispersaban cada jueves.
- ¡Mira! – señalaba Serapio como si sus palabras fueran
tan extensas como su dedo.
- Ahí están - confirmó
Eric con ufana sapiencia. - Esa solitaria es la estrella de donde viene
Santa.
- Y esas tres son los Reyes Magos. ¿Te has portado bien,
Eric?
- Como un bebe. ¿Y Tú?
- Tuve un ocho en geografía y rompí dos vasos y un plato.
– se lamentaba Serapio.
- No es tan grave. ¿Tú crees que nos traigan regalos?
¿Cuánto falta?
- Un mes.
-¿Un mes? Serapio, ya no sabes contar. Estamos en noviembre.
28 de noviembre.
- Está bien, me equivoqué. Pero los Reyes llegan en
Enero.
- Tampoco es un mes. Las cuentas claras Serapio.
Sergio Astorga
Dibuo en computadora