La tarde se planchaba como lienzo blanco y almidonado. Era mayo pegado a la puerta. De las tejas se escuchaba todavía la canción del septiembre pasado. Era dulce la braza de tu recuerdo. El frio de tu cuerpo era básico. No sentías, era neutra tu hambre y yo con este ayuno irreversible. No querías hijos a la espalda ni pecho luminoso. Querías, gustabas de tu desierto. Tu yermo y ese llorar seco.
Tu luto es lo más humano que conozco.
Lo único que hago ahora es recomponer mis días. Me quedo pensando como animal en el retrete.
Que nervios, te doy un abrazo emocionado.