Como hasta de viento el Señor Punto y Coma busca siempre las 10 de la mañana y siempre, con retraso, el reloj de pared de su oficina marca horas torvas e imposibles. El Señor Punto y Coma, descorazonado, a pesar de que el tedio nunca lo abatió, la melancolía se amarraba a su cintura. De origen serrano y de camisa blanca, hablaba con él, de él. Compraba su periódico, sufría las pobrezas y de su alma resbalaba una pregunta: ¿Cuál es, mí tiempo? Antes de gritar, raspa lo que queda de las horas y con una navaja cambia la etiqueta al día. Ordena su mapa mental, recuerda que su oficio es dar sosiego, dar una pausa, no tan larga, para que transcurra el canto del gallo y el lomo del día no tenga una infancia dolorida. El huevo básico, está seguro a cada parrafada porque viene un querer, que sacude las manecillas de las horas cojas. La salida hay que saberla desde la entrada, en caso contrario, la huida saborea su curvatura.
El Señor Punto y Coma, sin lugar a vacilaciones, es un hombre de su tiempo, sin corbata y con una pena inmensa de saberse innecesario entre tanta interrogante.
Su anterior vida, es un punto y aparte.