Como todos los siglos salió en su caballo de filigrana a mirar el vasto imperio conocido de todos los días. Cabalgó con el pecho henchido siguiendo al sol con su férula de luz. Miró cómo los esqueletos seguían destilando en los tinteros de la unión de los países; de la altura se veían los números bancarios retozando y de la tierra para abajo, las medallas marchando en orden alfabético, ahí donde las calaveras reposan asustadas.
Por instinto y sin estrategia temió que su caballo quedara estático. Enfiló camino de regresó, al trote, con las sienes apretadas. Su aliento, con sabor a col y a sudor de espada, llenó sus horas revisando mapas para salir por un atajo sin tanta desdicha.
Todo esto lo pensó en voz alta.