Fue en el año en que la hostería cerró sus portones
cuando tuvo la redonda idea de salir a los mares. Le llegaban cartas de navegación
por correo y con ellas dibujaba, la
mayor parte de las noches, geografías
imaginarias. Cinco años atendiendo la hostería le dejaron buenos ahorros que
utilizó para encomendar a un buen
carpintero la embarcación que le
permitiría descubrir una nueva ruta para su monótona existencia.
Zarpó un día de viento suave y sostenido. Como no era muy
grande su barca las provisiones eran limitadas. Sabía que si seguía con rumbo
al este encontraría alguna tierra prodiga para reabastecerse.
Durante dos meses estuvo navegando en círculos sin ver
tierra, ni cercana ni lejana. No tuvo oro, ni plata. No corrió sangre y exhausta
regresó a su punto de partida pensando que el mundo era redondo.
Desde entonces se le miraba en los parques contando la
historia de su viaje por unas cuantas monedas. Para acrecentar su infortunio a
las gentes no les gustaban sus historias porque no había salvajes, ni sangre, ni oro, ni plata.
La cara Bela sin dejar que su vida hiciera agua, ahora inventa historias de amor para los
despechados, con un éxito envidiable.
Sergio Astorga
Tinta/papel