Su voz era un tejido áspero, altisonante que nunca supo entonarse a las circunstancias. Ahora caigo que una soga pende esperando nuestro cuello, por eso sigo la tonada de ese canon eterno de la inhalación.
La voz del ahorcado me persigue. Mi mano tiembla, no logra hacer el nudo exacto a la medida de mi cuello.