Recobrado su aliento después de jugar en el parque y arrojar
piedras a las lagartijas merodeaba por su ciudad sin ánimos de regresar a casa.
Entre calles adoquinadas y oleadas de futuro pegado a su nariz miraba los
edificios cubrir a intervalos al cielo huérfano. A su lado, los grandes
almacenes resucitaban las pretensiones cotidianas. No tenía ganas de realidad y
cruzó la calle para mudar de aires. Glorieta de la Amistad, se leía en la
placa, sin emoción decapitó la glorieta
y en línea recta llegó a la Plaza de la Victoria. Hizo una pausa para sujetar
los cordones de los zapatos. Respiró como si escuchara las voces de siempre, esas palabras solares que se diseminaban en
su cabeza. Se sentó en una banca y con
la mirada subió las ramas del árbol que tenia de frente. El mundo le pareció
pequeño. Como si fuera un vientre creciendo. las imágenes de su ciudad se
pegaban unas a otras cubiertas por una gran burbuja transparente. Del bolsillo de
sus jeans sacó un cordel rojo para amarrar la burbuja con los edificios reclusos
en su interior.
-Mama, yo quiero un globo como ese.
- Niño –gritó la mamá. ¿Dónde compraste el globo?
- No lo compré señora. Lo pensé.
- ¡Ay que fastidio! Que niño tan majadero.
- Mamá, yo quiero uno.
- ¡Cállate! Dile a tu papa.
- Pero él no piensa.
Sergio Astorga
Tinta/Papel