Cuando subió al tren pensó que el viaje previamente trazado sería memorable. Lo fue, pero no como Patricio Hernández Suarez hubiese querido. Un guardia se acercó y le entregó un papel con sellos oficiales. Se le avisaba que su presencia en los tribunales era necesaria y se le citaba para el 4 de junio. Tenía cuando menos una semana para seguir el viaje y volver a tiempo. Se sentía culpable, aunque no sabía porqué. Inquieto se sentó en el lugar de siempre, tercera fila, ventana derecha. Rodaba en la pendiente sin fondo de la incertidumbre. Hombre desdeñado, su consuelo era fingir. Amante del teatro, buscó en alguna escena conocida la solución a su problema. Pensó en Narciso y en los Empeños de una Casa, pero Yerma lo asaltaba, lo desbordaba y tuvo la certeza de su caída. Cinco días de pesadilla.
Descarrilado entró al tribunal y cuál no sería su sorpresa: La imagen de Yerma se erguía en medio de la sala. Tal prodigio lo sumió en un océano de palabras. Con el estómago vacío, su amor propio lo sentenció a la pena máxima. Pagó la multa de tránsito y al salir trató de saldar la otra pena: la presencia de Yerma. Rebuscó en su memoria y encontró, no sin esfuerzo, la figura de Don Lacho, de Los Cuervos están de Luto, de Hugo Argüelles. Fue entonces que encontró sosiego.