Julieta de Lourero, rubicunda dama de mediados del siglo XX, vivió entusiasmada de su talle hasta que un día, su madre, una bárbara venida a menos, le sugirió probarse el vestido de bombasina, regalo de un pretendiente napolitano que se llevó sus joyas, la honra no, porque esta siguió en extravío en una inusual sed geográfica.
- Mamá, no me gusta la bombasina
- Si te gusta. A toda la gente le gusta la bombasina. EL color es lindo. Lo que pasa es que no cabes. Yo, a tu edad, dispenso decirte lo bien que me sentaba. Es más, todavía me viene.
Julieta de Lourero, piadosa como era, guardó la daga que llevaba siempre oculta entre las amplias mangas de su blusón. Julieta de Lourero se gustaba. No necesitaba hombre para sentirse bella. Un fuego interior le recorría, como ese de su admirada Susan Sontag, odiada en casa y casi en toda la ciudad.
No se sabe con certidumbre la verdad, lo que no es rareza, pero un día apareció colgada en su habitación con una tira del vestido de bombasina la bárbara madre. La turba multa señaló a Julieta de Lourero como la irremplazable asesina. Soportó como Diosa las injurias y los escupitajos que escurrieron por su linda cara. Orgullosa de su talle estuvo en prisión tediosos tres años.
Su liberación, fue una afrenta más para su bárbara madre, al saberse que el napolitano, era el hijo del padre de su concuño, que al sentir la amenaza de contarse la verdad de su historia, no toleró más extorsión y juró vengarse.
Algunos historiadores que trabaron conocimiento de la historia afirman que Julieta de Lourero, vive sin sacrificios vanos y quitada de la pena en un silencio tonificante.
Acuarela/papel 30x 30 cm.