Su terrible garra de terror, de sangre partió en dos la noche ratona y de su simetría, el ojo cazador dominaba el sueño de Espergencia. Ella caldeada en historias de infancia por su madre contadas, nunca pensó que ese retoño gato atigrado podría tener un instinto tan diluviano. Entre cariñitos y retortijones fue creciendo. En su familia todos amaban a los gatos. Tuvieron varios de pelajes desiguales, con nombres egipcios, persas, ingleses, griegos y a este, cuando lo vieron fue unánime llamarle Caballero Tigre, así era su porte, tan mexica, tan Huitzilopochtli.
Su territorio pronto fue todo el barrio. De carácter tempestuoso su maullido imponía respeto y a más de uno, terror.
Una noche estival, cuando los reflejos neón de los cristales de los automóviles enceguecía, el gato con la naturalidad del cazador encrespó su lomo. La garra entró rotunda y oblicua en la carne gris peluda de la roedora.
Los vítores se escuchaban en otros vecindarios, por eso la envidia se prolongó por varios meses. El Caballero Tigre, retoza, menea la cola y poco a poco expande sus fronteras.
El rencor no tiene nombre, no quieren que tenga descendencia. Han desaparecido las gatas.
En verano, antes de que llegara a viejo, El Caballero Tigre salió a buscar con quien amancebarse. Espergencia espera su regreso, los roedores se juntan en las alcantarillas y cantan su fortuna como las multitudes en apogeo.