Las sabanas olfateaban el momento. Limpias, perfumadas
con ese aroma de lavanda tan digestivo para los amores que prácticamente no
había manera de evadirse. La rotación de cuerpo coincidía con la mirada. Las
manos escondidas eran la respuesta. La casa oscura y ninguna fotografía sobre
la mesita de cama.
- Es curioso, se dijo. Tantas veces he visto tus
contornos y ahora siento que no acabas. Te me expandes como el discurso. Como
el apetito.
Entonces, sólo entonces, de una bocanada se alteraron sus
papilas gustativas y rebuscó entre sus sueños el manual de la merienda.
Sergio Astorga
Tinta/papael.