Orgulloso caminaba entre fresas. No tuvo descendientes que combatieran por su herencia. No se disputaron el pequeño jardín al que tantas horas dedicó. Enfundado en sus botas y con la sonrisa hecha semilla se olvidaba de los delirios cotidianos. Bien a bien, su secreto era el modo que tenía de no interrumpir los silencios. La música sabrosa que llevaba por dentro no interfería la manera de consentir el crecimiento de flores y frutos. Como si no pasara nada, se enredaba con eso que llaman amor a estar por estar.
Han quedad sus botas y por lo visto nadie comerá de las fresas que nacen de su interior. Ni siquiera se habrán dado cuenta de la imagen.
Miento, tal vez Magritte, soñó esta escena antes que nosotros la viviéramos. ¿O fue el Bosco?