Nadie se dará cuenta. Se aleja de la casa y sin querer el
eco responde adulterado. Quietud donde hubo bulla, olvido donde hubo aparatosa luz
de neón. ÉL piensa que es castigo el beso que no se dio. Jura que nunca la
ceguera tendrá ojos de nuevo. Le preocupa el dolor de la boca del estómago. Se
siente abandonado. Escuchar su respiración, su inflamante estado. Su tiempo se
marca por gases y aunque el emético es exiguo, él lo intenta, febril con la
panza aferrada al dolor que regresa otra vez. Tiene miedo de las noches
encadenado al asiento. Su vieja ilusión ya es ensordecedora como el sonoro
tambor que le sacude.