Los domingos mi gallo pierde el rumbo, anda por los corredores con áspera mirada. Fulambulesco y colérico en su voz se siente una estridencia como la de mi abuela perdida. Se sube a las macetas, sobre todo la que tiene la ruda, como intuyendo un mal aire. El piso de mosaico es testigo de sus picoteos estériles buscando gusanos de esquina a esquina. Su ojo mira y desmiga las horas, da pena verlo. ¿Qué fue de ese gallo pitagórico tan ufano? Apostrofa en su canto a quien se le le ponga enfrente. Es como un salvaje plumero que todo rompe y perjudica. Tuve que buscar a mi tío, el gallero, para pedirle consejo y él, con sabio tiento, me dijo:
- Busca un poco de sol en la cresta que atempere su mollera.