Lo que era de llamar la atención era su peculiar manera de husmear por la vida; su capacidad de equilibrar las situaciones. Se cuenta que cuando llegó de viaje se convenció que ya nada le pertenecía. En vez de reclamar o sumirse en la melancolía, deambuló por las calles, siempre al este, durante cuatro años. A su regreso hablaba con la prisa del profesor eventual. Difundía sus aseveraciones a diestra y siniestra, ya que los profesores definitivos esperaban sentados en sus escritorios la llegada de la jubilación ( tal era su cansancio por decir). Eulalio de Bragança, que así decidió autonombrarse, afirmaba: no hay nada ajeno al hombre, por eso de todo participo, ya observando, ya nombrando.
Tolerado, más que respetado, el devenir de Eulalio de Bragaça transcurría en una dialéctica inalterable. “Si lo primero fue el llanto, luego entonces, estamos en el llanto. Lloremos” concluía después de conversar con cualquiera que se cruzaba en su caminata diaria por el este del vecindario.
Un día, curioso por la fama ya ganada de Eulalio de Bragança, un industrial adinerado quiso sacarlo de su lecho de confort (expresión muy usada en la época en que estos hechos se sucedieron) tratando, primero de sonsacarlo y después de sobornarlo. Le ofreció construir una colegio donde pudiera impartir sus enseñanzas. Yo no enseño, recibió el industrial como respuesta. Las cosas ocurren y yo sólo las nombro o las señalo. No me interesan los discípulos. Eulalio de Bragança continuó su camino siempre al este dejando, la última afirmación de que se tenga memoria: Señor industrial, no ha escuchado aquella sentencia que dice: la ocasión hace al profesor.
Mixta/papel