Escurriendo limpieza el tendedero sujetaba la ropa como si fueran dedos delicados. Los corredores de la ciudad ensuciada la noche anterior despertaban sin habla. Desde el puente, un azul ciego no atinaba a contrastar la sombra que se derramaba sin destino. Ocho gaviotas como paraguas blancos pasaron de pronto dejando al mirarlas una luz friolenta de un sol que se asomaba desde el punto más distante del callejón. Sus ojos cercados de múltiples reflejos no acertaban a distinguir lo real de lo verdadero. Se puso la camisa y descendió las escaleras descalzo, abrió la puerta y con la angustia erosionada corrió hasta la esquina. Fue inútil, dos silabas pegadas en su lengua lo dejaron malherido. “No está”. Su cuerpo enjugando su miedo dio vuelta a la esquina para encontrarse de frente con ese mismo olor a sangre caliente.
El viento no dejaba de agitar la ropa y la piedra ensanchaba su sombra.
Sergio Astorga
Acuarela/papel 20 X 30 cm.