En los últimos siglos han vagado como ríos y  aclarado gargantas. Cantos y lamentos han
humedecido los labios en sus alas. Los han confundido con lascivias imágenes de
mares de plomo, cuando las cabezas giran sobre un eje de vómito y de nausea.
Parientes de la aceituna (por carnosos) 
tienen  el  ánimo de la luz antigua. Nunca tuvieron jaula
y sus parras contienen el deseo de la acrobacia adolecente.  Hay un gusto de amor en sus membranas y se
ocultan los sátiros cuando miran la sombra afrutada que pasa como bergantín  en busca de la playa. Tienen cintura fina como
el nardo y todos quieren ser la lengua suelta del requiebro. 
Cuando el ombligo te duela por deleite y tu sueño se
fermente, siempre habrá un ángel de la uva agitando las copas de las madrugadas.
Se me olvidaba, a los Ángeles de la Uva no les gusta la monotonía,
ni los rumores, ni las espadas.
Sergio Astorga
Acrílico/Papel 60 x 80 cm.



