Dijo que venía de esos caminos de versos y cantos; cuando
los niños se dormían creyendo que los espíritus volaban envueltos en sabanas
blancas.
Flaco, como dibujo a tinta, olía a sermón apurado en octavas
reales y esbozaba una sonrisa celestina, fascinante. No se cuanto tiempo me
quedé contemplando esa estampa. Él, como sabiendo su atractivo y a su merced, me
habló del libro del buen amor. Yo lo escuchaba, no sin maliciar que se trataba,
tan trovadora figura, de algún profesor de literaturas que había desahuciado su
sano juicio.
Mi natural
instinto me decía que tal vez, algunas monedas compensarían sus ardores, pero cuando me llevaba la mano al bolsillo, él, con el aplomo del
artesano encendió una bengala y se fue
cantando como si nada.
Cuando veas un bengalista, puedes poner tu entendimiento a dar cosecha,
dejar las risas y perder el bolso.
Sergio Astorga
Tinta/papel 20 x 30 cm.